la obstinación del sargento Kalashnikov

sus inicios fueron humildes. Después de la enseñanza básica, se convirtió en técnico del ferrocarril turquestaní-siberiano. Era la época del programa de choque de industrialización de Stalin y el joven Kalashnikov quería desempeñar un papel en el gran experimento. Para empezar, ensayó un dispositivo para medir el consumo de combustible en los depósitos de los trenes, pero de aquello no salió gran cosa.

luego vino la guerra y fue reclutado como mecánico de tanques y destinado al frente cerca de Brinsk, en el oeste de Rusia. A los pocos meses fue herido, y en el hospital se obsesionó con un sueño. «Decidí construir por mí mismo un arma con la que se pudiera hacer frente a los alemanes. Supongo que era una especie de locura. No tenía ninguna formación especializada y ni siquiera sabía dibujar.»

sus primeros diseños no llamaron demasiado la atención, pero cuando le dieron el alta en el hospital volvió a su taller de locomotoras de Siberia para intentar hacer un prototipo. Al cabo de poco tiempo ya estaba en camino hacia Alma-Ata, la antigua capital de Kazajistán, con un primer modelo en las manos. Llegando a la ciudad fue detenido por portar armas de fuego no autorizadas, pero la policía le soltó enseguida cuando les habló de su proyecto.

Kalashnikov se dirigió directamente al oficial del Partido Comunista encargado de los asuntos de defensa y le pidió consejo. Fue enviado al taller del prestigioso Instituto de Aviación de Moscú, que había sido trasladado a Alma-Ata durante la guerra. Pero pronto se adueñó de él la frustración, pues creía que su talento no era reconocido. Más tarde llevó su prototipo a Samarcanda, la antigua ciudad de Uzbekistán, donde pidió consejo a un amable general que le recomendó varias modificaciones. Finalmente, tras algunas pugnas con los burócratas, Kalashnikov logró llevar su modelo a Moscú, ciudad donde podría competir con los mejores.

los primeros días en Moscú no fueron fáciles. El humilde sargento fue menospreciado por la alta oficialidad, incluido el general Vasili Degtariov, el más sobresaliente diseñador de armas del período de entreguerras. Kalashnikov era tan tímido que firmaba sus bocetos como «Mikh Tim», las primeras sílabas de su nombre de pila. Sin embargo perseveró, y en 1949 tenía en su haber el Premio Stalin y se había convertido en un Héroe de los Trabajadores Socialistas. Ese mismo año fue transferido a Izhevsk para supervisar la producción, y a mediados de los cincuenta el AK-47 se fabricaba en serie para las fuerzas armadas soviéticas. El general Degtariov había sido destronado.

en los años posteriores a la guerra se fabricaron y distribuyeron al menos 50 millones de unidades, no sólo en la URSS, sino también en fábricas locales de Bulgaria, Rumania, Polonia, Egipto y Yugoslavia, con algunas diferencias de matiz, y por supuesto en cantidades masivas en China, ya que la Unión Soviética nunca intentó poner trabas a la imitación del rifle por parte de sus países hermanos.


a día de hoy el fusil del sargento Kalashnikov, llamado AK-47, está considerado por los especialistas el mejor del mundo, por su fiabilidad en condiciones climáticas adversas. Es el arma oficial de 55 países, en especial de los países africanos por su contribución a la descolonización, e incluso figura en los escudos de varios de estos Estados. En Sudán la gente canta «no puedes conseguir pelas sin un Kalash no vales ná», y en Burkina Faso lo estampan en los sellos de los visados. Apareció en murales del IRA, en carpetas afganas, en estatuas nicaragüenses y en emblemas del Hezbolá libanés, por citar algunos ejemplos. Es el arma emblemática de las guerrillas de todo el mundo. El Kalashnikov fue para el comunismo soviético lo que la Coca-Cola para la exportación del capitalismo estadounidense.

ronronea: levina