miércoles, 28 de noviembre de 2012

ladrones de guante verde (1 de 2)



avanzamos hasta el siglo XVIII. El Imperio español, a pesar de encontrarse en plena decadencia, mantiene el lucrativo monopolio del árbol de la quina. Hacia 1735 llegan a la ciudad de Quito cuatro franceses, enviados por la Academia francesa para medir un grado de meridiano en el ecuador terrestre y poder determinar así la circunferencia de la Tierra. Antes de poder medir nada los científicos disputan entre sí y uno de ellos, el geógrafo Charles de La Condamine, se separa ofendido del grupo. Viaja hacia el sur a lo largo de Los Andes, realizando observaciones científicas, recorre los bosques de Loja ―cuna de los primeros árboles de quina descubiertos por los europeos― y visita las plantaciones guiado por un comerciante local, familiarizándose con los aspectos financieros del negocio de la quina, que despierta su codicia. Como miembro de la Academia ha visto a sus colegas botánicos cultivar con éxito especies tropicales en Francia, ¿por qué no intentarlo con la quina?

con la ayuda de su anfitrión recoge decenas de semillas, las planta en cajones rellenos de buena tierra y emprende el regreso a París. Atraviesa montañas, llega al Amazonas y realiza un azaroso viaje río abajo, hacia el Atlántico. Durante semanas y semanas el grupo formado por La Condamine y sus indios desafió los pantanos y las selvas, salvó rápidos y bordeó penosamente cascadas, esquivando tribus hostiles y animales peligrosos, navegando miles de kilómetros sin ningún incidente grave. Cuando ya estaban casi a la vista de la nave que debía llevarles a Europa, la canoa en la que viajaban fue barrida por una ola y zozobró. La preciosa carga, que hasta el momento había superado todos los avatares, se perdió en su totalidad, salvándose el geógrafo por los pelos de ser devorado por las pirañas.



mientras tanto en Ecuador los colegas de La Condamine han finalizado los estudios que les llevaran a aquella región. Uno de ellos, Joseph de Jussieu, miembro de una ilustre dinastía de botánicos franceses, decide darse una vuelta por el virreinato de Perú antes de abandonar el continente. La vuelta duró treinta años, al cabo de los cuales, para asegurarse una vejez de dicha y plata, tiene la misma idea que La Condamine, llevarse la quina para cultivarla en Francia. Jussieu, más espabilado, selecciona las mejores semillas y las guarda en una cajita con fuerte cerradura. Durante el viaje de regreso no le quita ojo, custodiándola como si contuviera grandes riquezas (como de hecho así era). Tan excesivo fue su cuidado que ya en Buenos Aires, a punto de embarcar en la nave que le llevaría a Europa, un criado nota el celo de Jussieu, roba la caja y, al comprobar despechado que tan solo contiene semillas, las arroja al mar. De este modo el viejo botánico llegó a París sin las semillas, medio enloquecido por la pérdida, y la leyenda de que la quina está embrujada empieza a cobrar cuerpo.



pero los franceses no eran los únicos interesados en el árbol de la quina. Los holandeses, que poseían extensos dominios coloniales en la actual Indonesia, pensaron con buen criterio que el clima de Java era muy similar al peruano, con lo cual cultivar allí la quina no presentaría mayores problemas. Pero claro, faltaba lo más importante, el árbol, de modo que Justus Hasskarl, un distinguido botánico, fue enviado al Perú para robarlo. El holandés adoptó un nombre falso, José Carlos Mueller, haciéndose pasar por un inofensivo viajero que recorría Los Andes. Sobornó todo lo sobornable, convenció a los nativos para que recogieran semillas para él, y ya cerca de la frontera boliviana, mantuvo reuniones secretas donde semillas y bolsas de oro pasaron de mano en mano. Al cabo de dos años, Hasskarl estaba de regreso en las Indias Holandesas con algunos cientos de semillas.

el Gobierno holandés quedó profundamente agradecido al valiente explorador, nombrándole jefe de las nuevas plantaciones de quina en Java. Mientras esperaban que las semillas germinasen y creciesen los árboles, Holanda concedió a Hasskarl la Orden de Caballero del León de los Países Bajos y la Comandancia de la Orden de la Corona del Roble. Las semillas se convirtieron en florecientes arbustos que formaron vastas plantaciones y sólo entonces se hizo evidente un detalle: la corteza de los árboles javaneses no contenía quinina, y por lo tanto no servía para nada. La explicación es sencilla. Existen tres variedades básicas de quina, la roja, la gris y la amarilla, de las cuales únicamente la última contiene quinina suficiente para resultar de utilidad en el tratamiento contra el paludismo. Y las semillas que había traído Hasskarl no eran de quina amarilla. Donde se escondió el desdichado después de tan tremendo fiasco no se sabe.


el resto de la historia:
los polvos de la condesa
ladrones de guante verde (2 de 2)

ronronea: claudia

11 maullidos:

TORO SALVAJE dijo...

Venga, la segunda parte!!!
Que ya tardáis...

Besos.

algamarina dijo...

Interesante.....

Saludos azules...

Anónimo dijo...

madredelamorhermoso.... lo que marearon por tierras latinas... y luego pa ná!
La Kate agotada de tanta vuelta y vuelta...

Lucía_lamiradadeluci dijo...

Desde luego parece que bajo este árbol se escondía algún tipo de embrujamiento...
Qué lastimilla el último, consigue traerla pero equivocada, ¡qué mala suerte!
Un besote

Unknown dijo...

Ya que lo roban al menos podrían haber sacado algo de ello y no tirarlo al agua como si no fuese nada. Si hubiera sido otro tipo de hierba seguro que no la hubiera tirado... jejeje
Besos.

Srayomismamismamente dijo...

Jajjaja, q buena la historia!! Me he reido un montón!! Dios mio, menudos ladrones más mancos!! XD Segunda parte ya!!

DRACO dijo...

y pensar que hasta ahora estados muy poderosos tratan de robar -incluso legalmente, con tratados y todo- plantas nativas americanas para su lucro beneficio.
una muy buena historia.
besos.

claudia dijo...

Torito, ya va, ya va.. ¡pero qué prisas más halagadoras!

gracias algamarina, eres muy bienvenida a la gatera :)

jajaja Kate (la), están en ello, como ves la empresa no resultaba nada fácil

Luci, precisamente el Gobierno holandés envió un botánico (y no un aventurero cualquiera) para asegurarse que todo se hacía con las mayores garantías científicas. Imagínate como quedó el pobre hombre después de tal metedura de pata, que de paso costó una fortuna a su país

Javi, las semillas que el criado tiró al agua eran más valiosas en la época que el oro o la plata. Dos ocasiones casi seguidas en las que la ignorancia costó una fortuna

jejeje Sra., ya se ve que ellos ponían voluntad, pero en efecto el latrocinio no parece que fuera la mejor de sus habilidades

Draco, sin pretensión de justificar nada, te diría que cuando se posee tanta riqueza hay que estar bien dispuesto a defenderla, ya que inevitablemente despertará la codicia de alguien

Juli Gan dijo...

¡Qué buena historia! Si es que siempre ha habido una picaresca enorme en la ciencia. Fantástico relato.

Chelo dijo...

Como ya habéis publicado la segunda parte me voy a leerla.
Hasta luego.

claudia dijo...

gracias Juli, la historia de la ciencia me resulta fascinante, una mezcla muy humana de idealismo e intereses

pues entonces nos vemos allí, Chelo :)