la metamorfosis de Ifis (II)

a la edad de trece años, su padre la destinó a Janta, hija de Telestio, la belleza más perfecta de la ciudad; los dos de la misma edad, los dos igualmente bellos, habían ido juntos a la escuela. Este comercio había hecho nacer en su corazón una estimación y un amor mutuos; pero sus esperanzas eran harto distintas: Janta estaba encantada del marido que se le destinaba; Ifis, sin embargo, veía con espanto lo que nunca podría gozar.

«los dioses ―decía― me debieron dejar morir al nacer. Los animales y los pájaros me dan ejemplo con sus pasiones naturales. Dichosa sería si jamás hubiera visto la luz del día. Pero es preciso que la isla de Creta esté destinada a los prodigios más inusitados; la pasión que me devora es más violenta que el amor que Pasifae sintió por un toro. Dédalo mismo que estuviera en el mundo, ¿podría prestarme socorro? ¿Podría cambiar mi sexo o el de Janta? Los amantes más desgraciados pueden siempre concebir alguna esperanza y yo, sin embargo, no espero nada. El Cielo favorece mis deseos, me da todo lo que de él depende; mi padre y el padre de Janta a nada se oponen; Janta me ama; solamente la naturaleza, más poderosa que los hombres y los dioses, pone un obstáculo invencible a mi felicidad. El día de nuestro casamiento se acerca y yo no podré poseer a Janta. Juno, que preside los himeneos, ¿vendrá al nuestro?»

así se quejaba la infortunada Ifis. Janta, por su lado, ardía de impaciencia por el día de su casamiento: más Teletusa, que preveía los inconvenientes, no hacía más que alejarla. Una enfermedad, un sueño, un presagio funesto, todo le servía de motivo para alargar la fecha.

el resto de la historia:
la metamorfosis de Ifis (I)
la metamorfosis de Ifis (III)

ronronea: alia