me faltan palabras para hablar del Camino de Santiago. Es una experiencia individual intensa. Sólo el Camino, lo poco que se pueda cargar a los hombros, y tu fuerza, física, pero sobre todo emocional. Avanzar se convierte pronto en una prueba de constancia, después en un monólogo secreto y, finalmente, en un ejercicio de contemplación. El cuerpo acepta sorprendentemente rápido la rutina del esfuerzo, se endurecen los músculos.
Los paisajes van cambiando; resulta estremecedor ver cómo desaparece la vegetación, y una aterriza sola en medio de la estepa castellana. Ahora son fundamentales para la vida el agua, el clima, la sombra de un árbol.. En algún momento, no está muy claro si tú pasas por el Camino o él te ve pasar a tí, con esa mezcla de ironía y paciencia de los siglos.
Se suceden las anécdotas. Unas cuantas montañas, pueblos, valles, ríos, bosques, ciudades y páramos después, me encuentro en Santiago. Como no puedo creer que eso es todo, sigo andando hacia Finisterre, el final del Camino iniciático. Subo directamente hasta el faro, y me asomo al océano. Hay que rendirse a la evidencia física, se acabó.
Estaría bien ahora tener dónde volver.
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ronronea: wanderlust
DÍAS INVISIBLES
Hace 17 horas
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