Frédéric tiene la serrería en la carretera de Avers. Ha sucedido en ese oficio a su padre, a su abuelo, su bisabuelo, a todos los Frédéric.
La serrería está justo en la curva, en la horquilla, al borde de la carretera. Allí se yergue un haya; estoy convencido de que no existe ninguna tan bonita: es el Apolo citaredo de las hayas. No es posible encontrar en un haya, ni en ningún otro árbol, una piel tan lisa ni de color tan bello, una anchura más exacta, proporciones más justas, ni más nobleza, gracia y eterna juventud. Es exactamente Apolo, piensa uno nada más verlo, y sigue pensándolo incansablemente al mirarlo. Lo más extraordinario es que pueda ser tan hermoso y al mismo tiempo tan sencillo. Está fuera de duda que ese árbol se conoce y se juzga. ¿Cómo tanta justicia puede ser inconsciente? Bastaría un escalofrío de cierzo, un mal uso de la luz del atardecer, un voladizo en la inclinación de las hojas para que la belleza, desmoronada, dejara de ser sorprendente.
así empieza Un rey sin diversión, de Jean Giono. Es sin dudas uno de los íncipit (comienzos de libro) más bonitos que he leído en mi vida. ¿Recuerdas tú alguno? ¿tienes algún íncipit favorito?
ronronea: naia
8 maullidos:
El de "Cien años de Soledad":
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.
“Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centésimo decimoprimero con una fiesta deespecial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton.
Bilbo era muy rico y muy peculiar y había sido el asombro de la Comarca durante sesenta años, desde su memorable desaparición e inesperado regreso. Las riquezas que había traído de aquellos viajes se habían convertido en leyenda local y era creencia común, contra todo lo que pudieran decir los viejos, que en la colina de Bolsón Cerrado había muchos túneles atiborrados de tesoros. Como si esto no fuera suficiente para darle fama, el prolongado vigor del señor Bolsón era la maravilla de la Comarca. El tiempo pasaba, pero parecía afectarlo muy poco. A los noventa años tenía el mismo aspecto que a los cincuenta.” LA COMUNIDAD DEL ANILLO.
ME lo apunto para leermelo!
besitos!
-El códice 632- José Rodrigues Dos Santos
Cuatro.
El viejo historiador no sabía, no podía saber, que sólo le quedaban cuatro minutos de vida.El ascensor del hotel lo esperaba con las puertas abiertas y el hombre pulsó el botón de la planta duodécima. Inició el viaje y se admiró frente al espejo. Se encontró acabado: se vio calvo en la coronilla, sólo le quedaba pelo detrás de las orejas y en la nuca; y eran pelos quebradizos, blancos como la nieve, tan blancos como la barba rala que escondía su cara delgada y enjuta, surcada por arrugas profundas. Estiró los labios y analizó sus dientes descuidados, amarillos de tan opacos, con excepción de los implantes, los únicos que reflejaban una salud nívea de marfil.
Tres.
Un «tin» suave fue la forma que encontró el ascensor para anunciarle que habían llegado a su destino, era necesario que el ocupante saliera y se enfrentase a su muerte, porque él, el ascensor, tenía más huéspedes que atender. El viejo pisó el pasillo, giró a la izquierda, buscó la llave en el bolsillo con la mano derecha y la encontró; era una tarjeta blanca de plástico con el nombre del hotel en un lado y una cinta oscura en el otro; la cinta contenía el código de la llave. El viejo colocó la tarjeta en la ranura dela puerta, se encendió una luz verde en la cerradura, giró el picaporte y entró en la habitación.
Dos.
Le recibió el vaho seco y helado del aire acondicionado y se le erizó el vello por aquel frío agradable; pensó en lo bueno que era sentir aquella frescura después de toda una mañana sometido al calor abrasador de la calle. Se inclinó sobre el frigorífico, abrió la puerta, sacó el vaso con el zumo y se acercó al ancho ventanal. Con un suspiro tranquilo admiró los edificios altos y anticuados de Ipanema. Justo enfrente se erguía un pequeño bloque blanco de cinco pisos; bajo el sol caliente del comienzo de la tarde centelleaba en la terraza una piscina de agua azul turquesa, incitadora y refrescante. Al lado se alzaba un edificio oscuro más alto, con amplios balcones llenos de sillas y tumbonas; los morros, al fondo, formaban una barrera natural que rodeaba la selva de cemento con sus curvos contornos verdes y grises; el Cristo Redentor saludaba de perfil en el Corcovado,figurilla esbelta y ebúrnea que abrazaba a la ciudad desde lo alto, frágil y minúscula, manteniendo el equilibrio sobre el abismo del macizo arbóreo del morro más alto de la ciudad, cerniéndose en la cresta del mirador,encima de un pequeño manojo blanquecino de nubes que se había adherido a la cima del promontorio.
Uno.
El viejo se llevó el vaso a la boca y sintió bajar suavemente el líquido anaranjado por la garganta, dulce y fresco. El zumo de mango era su bebida favorita, especialmente porque el azúcar acentuaba el regusto meloso del fruto tropical. Además, las fábricas de zumos producían un zumo puro, sin agua, con la fruta pelada en el momento; de este modo, el zumo de mango llegaba compacto, las hebras del fruto mezcladas con el líquido espeso y vigorizante. El viejo bebió el zumo hasta el final, con los párpados cerrados,saboreando el mango con una lenta gula. Cuando acabó, abrió los ojos y observó con placidez el azul resplandeciente de la piscina en la terraza del edificio frontero de la habitación. Fue la última imagen que contempló.Dolor.En ese instante, le estalló en el pecho un dolor desgarrador; se retorció convulso, se dobló sobre sí mismo y se agitó en un espasmo imposible de controlar. El dolor se hizo insoportable y el hombre cayó al suelo, fulminado;reviró los ojos, que acabaron fijos y vidriosos en el techo de la habitación,inmóviles, el cuerpo boca arriba, los brazos abiertos y las piernas estiradas,temblando en una postrera contracción.Ese mundo, el suyo, había llegado a su fin.
¡Qué comienzo tan bonito! Me apunto el libro para una próxima lectura.
Os dejo mi íncipit, no quizás por bonito o favorito pero cuando habéis hecho la pregunta, el primero que se me vino a la cabeza fue éste (creo que este libro me marcó).
Se trata de La elegancia del erizo, de Muriel Barbery:
" Quien siembra deseo.
—Marx cambia por completo mi visión del mundo —me ha declarado esta mañana el hijo de los Pallières, que no suele dirigirme nunca la palabra. Antoine Pallières, próspero heredero de una antigua dinastía industrial, es el hijo de una de las ocho familias para quienes trabajo. Último bufido de la gran burguesía de negocios —la cual no se reproduce más que a golpe de hipidos limpios y sin vicios—, resplandecía sin embargo de felicidad por su descubrimiento y me lo narraba por puro reflejo, sin pensar siquiera que yo pudiera estar enterándome de algo. ¿Qué pueden comprender las masas trabajadoras de la obra de Marx? Su lectura es ardua; su lenguaje, culto; su prosa, sutil; y su tesis, compleja. Y entonces por poco me delato como una tonta.
—Deberías leer
La ideología alemana—le digo a ese papanatas con trenca color verde pino.Para comprender a Marx y comprender por qué está equivocado, hay que leer La ideología alemana. Es la base antropológica a partir de la cual se construirán todas las exhortaciones a un mundo nuevo, y sobre la que reposa una certeza esencial: los hombres, a quienes pierde el deseo, harían bien en limitarse a sus necesidades. En un mundo en el que se amordace la hibris del deseo podrá nacer una organización social nueva, despojada de luchas, opresiones y jerarquías deletéreas.
—Quien siembra deseo, recoge opresión —a punto estoy de murmurar como si sólo me escuchara mi gato".
Por cierto, TORO SALVAJE, gracias por compartir ese fragmento del que considero una de las mayores obras literarias universales. Me has recordado que tengo que releerla.
Un beso enorme
se nota que es un incipit escrito con mucho sentimiento.
a mí me gustan las obras de dumas, aquellas donde su buen humor se refleja desde el primer momento como por ejemplo en "los tres mosqueteros".
también recuerdo la primera página de trópico de cáncer, donde henry miller plasma en muy pocas palabras la dureza de su vida en parís, un parís muy alejado de la bonanza de los años veinte y que está sumido en las dificultades donde escritores como miller viven el día a día eludiendo la pobreza y el hambre.
besos.
jo, cómo he disfrutado estos comentarios.. todos los íncipit que mencionáis son estupendos, no hay ni uno que tenga desperdicio. ¡Gracias mil por el esfuerzo de recordarlos y de recopilarlos!
Buscaré el libro para leerlo.
Y al igual que Toro, me quedo con el libro de García Márquez, un clásico inolvidable...
Besitos en el alma
Scarlet2807
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