en el lugar donde Bretaña se une con Normandía, en la costa francesa, se yergue la abadía-fortaleza del Mont-Saint-Michel, sobre grandes extensiones de arena inundadas por la marea. Siguiendo el moderno camino que conduce al Monte se entra por tres rastrillos, separados por pequeños patios como medida de seguridad militar. Después de ascender por la «calle alta», accesible únicamente a pie, se llega a la gran escalera exterior, que conduce a través los parapetos ―subiendo ciento noventa escalones― hasta la entrada de la abadía, enclavada en su cima. Cada rellano tiene su leyenda, y cada piedra su memoria. Todo en Mont-Saint-Michel es evocación de tiempos pasados.
se dice que la sombría roca atrajo antiguamente a los druidas, que celebraban en ella sacrificios rituales cuando, rodeada de espesos bosques, todavía formaba parte del continente. Los romanos la llamaron Monte Júpiter y erigieron en ella un templo. Tiempo después, habitando la roca unos ermitaños cristianos, un gigantesco golpe de mar separó el monte de la tierra firme. Por aquella época la leyenda comenzó a mezclarse con la historia, cuando en el siglo VIII el obispo de Avranches, más tarde San Auvert, reveló que San Miguel se le había aparecido y le había ordenado que construyera en la roca un oratorio. De esta manera se convirtió en un lugar sagrado para toda la Cristiandad, siendo conocido por el nombre de «Monte San Miguel Amenazado por el Mar».
en el año 966, treinta monjes benedictinos del convento italiano de Montecassino establecieron su residencia en Mont-Saint-Michel, donde fundaron un poderosísimo y próspero monasterio. El abad Hildebert concibió el colosal edificio actual en el año 1020, y durante cinco siglos equipos sucesivos de arquitectos y artesanos desarrollaron el proyecto. El resultado es una alianza del austero y sólido románico, caracterizado por robustas columnas exentas y arcos de medio punto, con la belleza estilizada e impresionante del gótico.
el mejor modo de disfrutar de los encantos de la abadía es perderse en su laberinto de pasillos, rincones y gastadas escaleras de caracol, que conducen desde torres que producen vértigo hasta mohosas celdas subterráneas. Lo que parece un friso decorativo encima de un macizo contrafuerte en arco del exterior del presbiterio gótico resulta ser en realidad la famosa «escalera de encaje», construida en piedra con perforaciones afiligranadas por un preso político francés llamado Gauthier, quien en 1547, después de terminarla, se suicidó lanzándose desde una de las plataformas más altas, llamada desde entonces Saut Gauthier (el salto de Gauthier).
el claustro es una de las joyas más antiguas del gótico francés. Alrededor de un jardín rectangular hay una arcada flanqueada por una doble hilera de columnas de granito pulido, con hermosos capiteles que simulan motivos vegetales.
también hay viviendas en el monte. Los antiguos ingenieros construyeron cisternas para recoger el agua de la lluvia y lavabos labrados en las paredes de piedra.
en una tosca cueva situada muy por debajo del claustro había un gran tambor de madera, que los presos hacían girar andando en su interior. Enrollando en él un pesado cable, los reclusos que movían esa rueda elevaban un primitivo montacargas con provisiones, leña y cubas de agua de un manantial que había en la base de la montaña.
después de la Revolución Francesa, el Mont-Saint-Michel fue saqueado. Los revolucionarios expulsaron a los benedictinos y lo convirtieron en prisión. Un macabro museo de cera que hay en la aldea reproduce las imágenes de reclusos célebres en sus pequeñas y lóbregas celdas. Hay también una reproducción de la tristemente célebre jaula de hierro de Luis XI, en la cual se les encerró durante una época. La jaula, de un metro y medio cuadrado, estaba construida con vigas sujetas mediante barrotes de hierro y se suspendía de una cadena para que el más leve movimiento del ocupante la hiciera girar. Después de largos períodos de reclusión, muchos de los presos perdían la razón.
en lo más alto de Mont-Saint-Michel, coronando de la torre de la abadía, hay una estatua dorada del arcángel San Miguel matando al dragón del Apocalipsis.
y como se hizo tarde y está anocheciendo, finalizamos el paseo con un último vistazo desde el exterior, subiendo ya la marea.
ronronea: claudia
23 de noviembre de 2924
Hace 7 horas
9 maullidos:
maullo , digo que muy lejos te has ido a pasear y traernos este reportaje ... que lo hayas pasado bien !!!
besoss
Que sitio mas chulo. Ahí tengo que ir yo. Gracias por mostrarlo.
Besos.
Que bonito espacio para perderse...
Que delicia de entrada, y de sitio por supuesto!! No conozco Francia, para vergüenza mía...y me lo apunto todo, queridas mininas!!
Muchas gracias por la excursión.
Me ha gustado.
Saludos.
Vengo desde el blog de Mascab y al leer tu entrada he recordado el viaje que hicimos por aquellas tierras cuando eramos jovenes y nuestros hijos pequeños, en esa época ibamos con una furgoneta y haciamos camping ¡Qué tiempos!
Si me lo permites me quedo por aquí. Un saludo
Rosa, lo he pasado fenomenal inventando este paseo, las gatas viajamos con la imaginación, estamos demasiado apegadas a nuestro tazón de leche y nuestro ovillo de lana :)
Signum, ¡si vas queremos fotos! Ya he visto que eres un buen fotógrafo, y el entorno, de piedra y sal, seguro que es agradecido
desdevaladilene, ¡ahí le has dado! personalmente, ya sólo me pierdo entre libros, piedra vieja o mares, en este orden (y rascadas de orejas y mimos, por descontado)
Tirador, Francia merece una mirada, y quizá algo más :)
Toro, una excursión compartida, privilegios de esto que hemos dado en llamar Internet
Chelo, eres muy bienvenida, y más desde el blog de Mascab, que es una gata querida por estos tejados. Yo también solía viajar de manera informal, y son algunos de los mejores recuerdos de mi vida :)
lo de la jaula de hierro sí que es toda una tortura como para volverse loco. uf, a la incertidumbre de no saber cuando se va a salir de ahi y sumarle encima el estar encerrado en ese reducido espacio que debe dar la sensación de que en cualquier momento uno se va a golpear o caer de ahi debe ser demasiado para cualquier mortal, por muy templado que se las quiera dar. saludos.
muy cierto, Draco, tu comentario me hizo hecho pensar en lo resistentes, y a la vez frágiles que somos los seres humanos
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