Polonia, 1940, un año después de la invasión. El ejército de ocupación precisaba mano de obra barata para sus fábricas de armamento. Los nazis reclutaban trabajadores polacos de una forma sencilla: entraban por sorpresa en los pueblos, irrumpían en las casas secuestrando a toda persona, ya fuera hombre, mujer o niño, que estuviera en edad de trabajar. Pocos regresaban.
Eugeniusz Lazowski era un joven licenciado en Medicina, ubicado en el pueblo de Rozwadow. No temía que lo deportaran, porque los nazis necesitaban de supervisión sanitaria en los territorios ocupados. Para proteger la salud de la tropa, obligaban a los médicos polacos a mantener una estrecha vigilancia de la salud pública, e informar de cualquier brote epidémico grave, sobre todo de tifus. Los nazis tenían terror al tifus. En Alemania habían conseguido erradicar la enfermedad, algo positivo para la población en tiempos de paz pero de terribles consecuencias para los soldados en tiempos de lucha, ya que su sistema inmunológico no había creado anticuerpos, lo cual les dejaba prácticamente indefensos ante un contagio.
A finales de 1941, Lazowski diagnosticó el primer caso de tifus en un joven que se encontraba parcialmente inconsciente. Le tomó una muestra de sangre que envió al laboratorio de supervisión de los nazis para que la analizaran y esperó el diagnóstico. En aquella época el método de diagnóstico habitual para el tifus era la reacción de Weil-Felix, que consistía en mezclar un reactivo llamado Proteus Ox-19 con una muestra de suero sanguíneo. El resultado era positivo si el reactivo hacía que el suero se aglutinara y enturbiara. El proceso tenía un inconveniente: para conseguir un resultado concluyente, la temperatura del entorno debía ser de 38ºC exactos. Lazowski fue a visitar al pueblo de al lado a un amigo con el que había hecho la carrera de Medicina en la Universidad de Varsovia, el Dr. Stanislaw Matulewicz, para contarle lo sucedido. Matulewicz era especialista en medios de diagnóstico y no le hacía falta ningún laboratorio para diagnosticar el tifus. Puso a hervir un poco de agua sobre su mesa de trabajo, con un termómetro común tomó la temperatura junto al agua acercándolo y alejándolo hasta encontrar un punto exacto que marcó con una línea. 38ºC exactos. Puso una muestra de sangre y el suero se aglutinó. Lazowski se quedó estupefacto con la demostración. Entonces Matulewicz le lanzó una pregunta: «¿Qué ocurriría si en lugar de mezclar el Ox-19 con una muestra de sangre, se lo inyectáramos a una persona sana?» Lazowski no sabía que responder, pero su colega sí, porque ya lo había probado: la prueba del tifus daba positivo, o mejor dicho, un falso positivo en personas sanas. Y lo más importante, no había peligro para el individuo, ya que el reactivo estaba preparado con bacterias muertas. Esta información no era conocida en el mundo científico, y así empezó todo.
Los médicos eligieron pueblos enclavados en el bosque, y poco frecuentados por los nazis. Durante el invierno de 1941-42 indujeron la reacción positiva en algunas personas, para no despertar sospechas. Los nazis registraron los casos manteniendo en cuarentena las viviendas afectadas y restringiendo los movimientos de los infectados. Como piojos y tifus iban de la mano, en invierno se podía inocular a mayor número de personas, porque también los parásitos eran más, mientras que en verano se reducían en la misma proporción que la enfermedad. En otoño del año siguiente los doctores redoblaron sus esfuerzos. Buscaban enfermos de gripe, les diagnosticaban tifus y les ponían una inyección diciéndoles que era para aumentar su resistencia. A los pocos días les citaban de nuevo para tomarles muestras de sangre. Matulewicz era más temerario; si no encontraba pacientes con síntomas, el mismo se los provocaba administrándoles una mezcla de reactivo y ciertas bacterias que causaban los mismos efectos. Los pacientes entraban en la consulta sanos y salían enfermos. En la primavera de 1943 doce poblaciones y ocho mil habitantes estaban oficialmente infectados de tifus.
Después del descalabro de Stalingrado, los nazis empiezan a perder la contienda y se vuelven si cabe más despiadados. Matulewicz huye con su mujer, Lazowski se queda. Durante el verano de 1943 suspende las inyecciones, reanudándolas con la llegada del invierno. Pero esta vez surgirá un grave peligro: el jefe de la GESTAPO destacado en la zona sospechó, al comprobar que muchos de los enfermos sobrevivían. En febrero de 1944 citan a Lazowski a comparecer ante un grupo de médicos alemanes en el pueblo de Turbia. Intuyendo que los nazis sospechaban que estaba enviando a los laboratorios sangre de verdaderos enfermos con nombres diferentes, dejó que ellos mismos tomaran las muestras. Los llevó a las casas rurales más sucias y no dejó de advertirles que no se acercaran demasiado a los ocupantes, porque podían salir infestados de piojos. Los inspectores, muy nerviosos, tomaron las muestras y se marcharon sin notar que los enfermos no tenían manchas rojas en el cuerpo, uno de los síntomas más característicos del tifus. Los resultados fueron los mismos, reacción de Weil-Felix positiva.
visto en: el gran engaño del tifus (por Miguel Angel Maca)
ronronea: claudia
23 de noviembre de 2924
Hace 1 hora
3 maullidos:
una historia muy interesante. me hizo recordar el apuro por el desarrollo con carácter terapéutico de la penicilina -que fleming había descubierto-, para la recuperación rápida de soldados aliados que se infectaban adrede con enfermedades de transmisión sexual para ser excluídos de la guerra.
cuando ésta se logró, pasó a ser secreto de estado para que su conocimiento no llegase a los nazis. saludos.
Absolutamente genial.
¿Y digo yo?
No estará haciendo lo mismo las farmacéuticas con nosotros para vendernos medicamentos que no necesitamos?
Draco;
¡pero qué buena la historia de la penicilina! ¡no la conocía! según entiendo, un grupo suficiente numeroso de individuos prefería los riesgos de una ETS a los de una guerra, ¿o no?
Alson;
sobre las farmacéuticas, he de confesar que ni idea. Supongo por la insinuación que tendrás tus propias sospechas..
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