los distintos papeles [del libro] se adaptan con toda naturalidad a una escala de valores: el papel volumen designaría, sintomáticamente, la abscisa, el origen, la más pobre de las especies posibles (los mejores editores lo emplean incluso para fabricar libros corrientes); papel espeso, un poco blando, cremoso, ligeramente esponjado, estofado, que, a pesar de todo, está expuesto a amarillear con facilidad; un papel cuya naturaleza particular puede escapar a una mirada rápida. El verjurado muestra un grado suplementario de coherencia; es un poco más rígido, y lo que en él destaca sobre todo son las estrías, como si estuviera autentificado por la huella regular de una forma ausente. Se trata de un papel discreto, sobrio («Ingres», en otra de sus versiones), pero todavía es demasiado corriente, está demasiado próximo al papel de cartas de calidad.
los jaspeados, el «dibujo» del papel de hilo, su pureza artesanal, su olor a viejo corrigen (en profundidad) lo que sigue habiendo de uniforme y monótono, de mecánico (pues la bibliofilia se ve afectada por esta contradicción) en la tesitura horizontal del verjurado. Con el Arches, con el holandés Van Gelder, con el japón (imperial) se llega a la omega de este alfabeto: papeles de una riqueza infinita, dignos de admiración en sí mismos, y de algún modo autosuficientes. Esta calidad resulta multiplicada ―o realzada― por la cantidad: se imprimen en papel japón los cinco ejemplares ―a menudo puramente nominativos― de cabeza; en verjurado, los setecientos o los mil siguientes.
(Patrick Mauriès, Anatomía del bibliófilo)
ronronea: claudia
los jaspeados, el «dibujo» del papel de hilo, su pureza artesanal, su olor a viejo corrigen (en profundidad) lo que sigue habiendo de uniforme y monótono, de mecánico (pues la bibliofilia se ve afectada por esta contradicción) en la tesitura horizontal del verjurado. Con el Arches, con el holandés Van Gelder, con el japón (imperial) se llega a la omega de este alfabeto: papeles de una riqueza infinita, dignos de admiración en sí mismos, y de algún modo autosuficientes. Esta calidad resulta multiplicada ―o realzada― por la cantidad: se imprimen en papel japón los cinco ejemplares ―a menudo puramente nominativos― de cabeza; en verjurado, los setecientos o los mil siguientes.
(Patrick Mauriès, Anatomía del bibliófilo)
ronronea: claudia
2 maullidos:
Vaya no sabía que podía existir tal cantidad de variedad de papeles, pero todo un mundo.. besos
hola ico;
el arte del papel, otro más que agoniza en la era de la informática..
besos,
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